Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) és un dels escriptors i periodistes llatinoamericans més reconeguts per les seves històries en indrets castigats pel contraban, la corrupció, la fam i l’explotació. El seu llibre Lacrónica és una recopilació d’articles que va publicar en diferents diaris argentins al llarg de la seva carrera professional. Ha sigut guardonat amb el Premi Planeta, el Premio Herralde de Novela i el Premio Rey de España de Periodismo.
Siempre la tuve. Recuerdo cuando tenía cuatro años, leía carteles en la calle, pero ya a los cinco o seis leía novelas, como las novelas de Salgari que había en esa época, que eran para chicos. Eran las novelas de Sandokán, un personaje que es un pirata de la Malasia.
Salgari era un militar italiano de fines del siglo XIX que escribió muchas novelas de aventuras, sin haber salido nunca de sus pueblitos italianos, además no tenía ni idea de lo que contaba, pero lo contaba espléndido. De verdad recuerdo, o sea, tengo datos concretos que me dicen que a los seis años leía esas cosas y nunca más paré, siempre leí.
Leer siempre fue como la ocupación básica, lo que más me gustaba hacer en mi vida, entonces supongo que de ahí en algún momento, casi naturalmente, me vinieron las ganas de escribir, pero hay un momento concreto que me acuerdo como el inicio de eso, que es cuando tenía ocho años. En la Argentina –no sé aquí– pero en la Argentina había los festivos nacionales, que en general conmemoraban algún héroe o el Día de la Madre o lo que sea. En cada escuela hacían una fiesta y los chicos recitaban un poema o una pequeña representación. Y entonces como yo veía que se recitaban poemas y a veces me daba un poco de celos que no me eligieran a mí para hacerlo, se me ocurrió que si yo escribía el poema, lo iba a tener que recitar yo porqué era mío. Ahí empecé a escribir poemas para recitar en estas fiestas. El primer poema a mi madre, o a la madre en general. De ahí seguí escribiendo siempre, nunca no lo hice. O sea, no es algo que realmente haya empezado, estuvo siempre conmigo.
No, leo muy poca no ficción. He leído bastante, pero eso no es lo que más leo ni mucho menos. Leo muchas más novelas, por un lado, y ensayos históricos. Yo estudié historia y la historia me sigue interesando y gustando mucho, así que sigo leyendo bastante historia y, como te digo, novelas. He escrito como quince novelas o una cosa así. Una parte importante de mi vida es escribir novelas y para leer me interesan mucho más, me gustan mucho más.
Sí, claro, sin duda. Ahora, espera que hay algo que quería agregar a lo anterior, que también me gusta releer ciertos poetas. Ahora ya no descubro tanta poesía nueva, es una lástima, pero vuelvo a leer a mis viejos amigos.
Y, en cuanto a autores que me han inspirado, está lleno. O sea, no sé qué decirte porqué es una lista como muy larga y confusa, pero desde algunos autores de no ficción como Rodolfo Walsh o Tomás Eloy Martínez, en Argentina, o Gabriel García Márquez cuando escribió Relato de un Náufrago, por ejemplo. Incluso uno que se lee ahora muy poco que es un francés de los años cuarenta que se llamaba Albert Londres. Pero sobre todo novelistas, creo que un estilo se hace a fuerza de copiar cositas, de sacar un poco de aquí un poco de allá y ver si con la amalgama de todo eso uno puede encontrar algo más propio.
Yo reconozco en mi supuesto estilo –si es que tengo uno– varios escritores de ficción muy claramente. El otro día recordaba a John Berger, este inglés que escribió sobre todo un libro que se llama G., la letra ge y un punto, que me influyó muchísimo hace, que se yo, cuarenta años. O John dos Passos, un norteamericano que hizo una serie de novelas, sobre todo la Trilogía USA. Un realismo muy moderno sobre su país en los años treinta, cuarenta, etcétera. Jorge, sin duda, aunque me duela decirlo. Perec, un francés que se llama Georges Perec, que escribió muchos libros y sobre todo uno, La Vie mode d’emploi –La vida instrucciones para su uso– que es un libro que todo el tiempo tengo que evitar porqué estoy tentado de escribirlo de nuevo, escribirlo mal. Está lleno de autores, estos se me ocurren ahora, pero si seguimos se me ocurrirían otras más, sin duda.
Es un género que intenta contar la realidad utilizando todas las herramientas posibles de la literatura. Cuando digo todas, digo todas, o sea, es enorme la cantidad de formas que se podrían usar y que muchas veces no se usan. Es contar con herramientas literarias la realidad, algo que no has podido ver, saber, averiguar, entender.
“Al convencer de que noticia es lo que le pasa a la gente con algún tipo de poder, lo que están haciendo es reproducir esa forma de poder”
Sí que, no obligatoriamente pero en la mayor parte de los casos, necesitas desplazar un poco el foco de atención. Quiero decir, no se ocupa en general de lo que suele considerarse noticia, que son como lo decía por ahí los poderosos, los ricos y famosos, las tetonas y los futbolistas. Si no que intenta mirar hacia otros lugares, contar esas cosas que nos han acostumbrado a no considerar noticia, entre otras cosas porqué al decirte que es noticia, al convencer de que noticia es lo que le pasa a la gente con algún tipo de poder, lo que están haciendo es reproducir esa forma de poder y convencerte de que ese poder tiene sentido en la medida en que te inculcan esa jerarquización del mundo.
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A mí me dejan bastante frío las clasificaciones. Tu decías hace un rato que en tu revista tiene que haber una crónica y un reportaje, yo no tengo ni idea de cuál es la diferencia entre una crónica y el reportaje la verdad. Yo no me intereso por este sistema de líneo, de clasificación de las especies. Y, en este sentido, periodismo de no ficción, crónica, periodismo narrativo, literatura de ficción… Me parece que son todas formas en que no supimos denominar lo que hacemos.
“Lo que pasa es que lo que no tenemos es una palabra que lo concentre suficientemente.”
Yo me acuerdo que publiqué hace años en El País, en papel creo, un artículo sobre esta incapacidad que tenemos todavía de ponerle un nombre a lo que hacemos. Uno de los nombres más utilizados es no ficción, pero es triste tener que llamarte por lo que no haces. Imagínate si nosotros ahora llamáramos a este diálogo “no natación”, porqué efectivamente no estamos nadando. No tiene ningún sentido ni ninguna dignidad llamarlo por lo que no es, deberíamos encontrar la forma de llamarlo por lo que es.
Y es que es un relato de la realidad, lo que pasa es que lo que no tenemos es una palabra que lo concentre suficientemente. Quizás crónica finalmente es la palabra que más se acerca, aunque a mí mucho no me gusta porqué en los últimos años, en las últimas décadas ya, en los últimos veinte años, le dio una especie de brillo falso. Brillo de pintura dorada a cualquier cosa que se hiciera llamar crónica, entonces ahí me empezó a disgustar un poco la palabra, pero probablemente sea la más aceptada.
No, pienso muy poco en los lectores cuando pienso en escribir. Escribir algo ya es suficientemente esforzado, toma suficiente tiempo como para no hacerlo pensando en que a otro le puede interesar. Lo hago si a mí me interesa, escribo sobre esas cosas que por alguna razón me intrigan, me importan, quiero entender, quiero conocer… esa es la única razón por la que elijo un tema y me pongo a escribir sobre él.
Casi nunca me hicieron encargos. Los textos de Lacrónica, algunos pocos son de Página/30, pero hay de otros lugares, cinco o seis medios en los que fueron publicados. Casi nunca me encargaron nada, una vez me encargaron algo que siempre me río cuando veo al señor que me lo encargó, que fue hace diez años ya casi, o nueve, yo escribía una columna para la revista de El País, una columnita sobre un argentino condenado a muerte en Texas, en Estados Unidos, que yo había entrevistado unos quince años antes para un programa de televisión, cuando ya estaba en el corredor de la muerte.
Como entonces había asumido el papa Bergoglio, el condenado era argentino entonces yo escribía una columna sobre eso. El que entonces dirigía la revista, Carlos Yárnoz, me dijo: ¿porqué no te vas a hablar con él de vuelta para escribir esta columnita ? Y me pareció una idea buenísima. Fui, le hice otra entrevista que está allí, en Lacrónica, que me gustó mucho haber hecho porqué me pareció muy interesante, de muchas maneras, y entonces siempre lo recuerdo como la vez en que un editor me propuso hacer algo. Pero si no, en general, siempre fui yo el que propuse los temas.
Bueno, no me parece mal, en la medida en que no se haga el libro, como a veces sucede últimamente, con la intención de que sea adaptado o de que sea por lo menos adaptable. Porqué ahí hay un poco de dinero, hay ciertas posibilidades que hacen que haya algunos periodistas que ahora traten de pensar cómo pueden hacer un libro que después le puedan vender a Netflix o quien sea. Y me parece que no debería ser esa la razón por la cual uno trabaja un tema, ¿no?
A mí me adaptaron un libro que se llama Amor y anarquía, pero no hicieron con eso una serie, sinó una película. Un largometraje que sería en cines y demás. Y lo que yo aclaré desde el principio es que yo no pensaba trabajar en el guión de la película ni en nada. Que simplemente como eran hechos reales, lo que sí les pedía muy encarecidamente, era que los respetaran, que no lo inventaran porqué estarían falseando situaciones que afectan a personas que están aquí, que están por porai. Entonces el único compromiso fue que yo quiero poder confirmar que no sé falsee la historia. Pero fuera de eso no quería tener nada que ver ni con el guión ni con nada, porqué bueno, yo ya había hecho mi trabajo.
“No creo que el formato condicione así decisivamente la honestidad o no de un relato.”
No, son igualmente falaces o igualmente honestos. No creo que el formato condicione así decisivamente la honestidad o no de un relato. Hay problemas, o sea por ejemplo, un libro puede explicar que no termina de saber ciertas cosas, que ciertas cosas pudieron ser de tal manera, o de tal otra, o que no se sabe si tal o cual. En cambio, para una película o una serie es mucho más difícil mostrar la duda, la ambigüedad, porqué hay que poner algo en escena, hay que mostrar.
Por ejemplo, en esta que te contaba, en Amor y anarquía, la protagonista, una joven argentina que estaba en Italia, su novio se había suicidado en prisión porqué les habían acusado falsamente de terrorismo, y la chica estaba en una especie de prisión domiciliaria en una granja en las afueras de Torino. Y un día apareció muerta, colgada en la ducha. Nunca se supo realmente si se había colgado o la habían colgado. Yo creo que se colgó, pero no lo puedo asegurar. Entonces en el libro sí puedo contar todo eso en potencial y en términos de duda. “Quizás hizo tal cosa, quizás hizo tal otra, quizás…”. Es una página que está en Lacrónica y que a mi me gusta porqué muestra cómo a veces la literatura es capaz de ofrecer esa sensación de duda, de desconocimiento. En cambio, en la película, ¿cómo lo haces? O la pones que se cuelga o pones que vienen los malos y la cuelgan. La directora obvió esa parte, o sea terminó la película justo antes. Un texto te permite jugar con la duda.
Mira, tengo una discusión con un amigo barcelonés, que siempre se ríe de mis paréntesis y me insta a quitarlos. A mí me parece que mi intención cuando los uso es establecer como dos planos de narración, digamos lo que está entre paréntesis de algún modo no es el eje central, son como pequeños brotes que le aparecen a ese eje, pero está como en un nivel de un poquito menos de centralidad, un poquito menos de importancia, que el texto que aparece sin paréntesis. Esa es mi idea, no sé lo que entenderá cada uno con eso, pero yo lo hago con esa intención que no sé si funciona o no.
Curioso que me lo digas porqué justamente El acontecimiento lo leí hace dos meses. No había leído nada de Ernaux y me dio curiosidad. Me lo comentaron, mi mujer está muy encantada con Ernaux. Y entonces leí el libro y no me acuerdo de los paréntesis, pero quizás no me acuerde porqué me han parecido muy normales, como yo los uso todo el tiempo ni los vi. Voy a mirar, voy a mirar en el texto a ver si los veo.
Por un lado tengo un libro que se está publicando por capítulos en El País, que sale todos los sábados, cada sábado sale un capítulo. Es un libro que se llama El mundo entonces, y es un intento de sintetizar cómo es el mundo ahora con un recurso narrativo que consiste en que eso sería un manual de historia escrito dentro de cien años.
Entonces hay una historiadora del 2120 que escribe un manual sobre cómo era el mundo en el 2022. Eso le permite una distancia que en general nosotros no tenemos con respecto a nuestra propia realidad, que a mí me interesa mucho recuperar. Yo creo que uno de los ejercicios más necesarios cuando uno mira lo que sea que mire, es dar esos dos pasos atrás que te lo hacen ver un poco distinto, que le quitan obviedad, que le quitan esa cotidianeidad que hace que muchas veces no pienses sobre ello. Entonces aquí usé este recurso y son unos veinti tantos capítulos con cada uno de los aspectos supuestamente del mundo contemporáneo que, como te digo, se está publicando cada sábado en El País y ahora después del verano va a salir en un libro.
Y después tengo otro libro que está por salir que es una cosa disparatada. Hay un libro que se llama Martín Fierro, es un poema escrito en 1870 sobre un gaucho de las pampas argentinas, por un autor que se llama José Hernández, que es como el poema nacional argentino.
En algún momento pensé en escribir una novela sobre José Hernández, porqué había escrito novelas sobre autores argentinos del siglo XIX, una que se llama Echeverría y otra que se llama Sarmiento. Son dos novelas relativamente recientes, una de ellas salió el año pasado. Y pensé en escribir sobre José Hernández, que era el tercero que completaba esta serie de grandes escritores argentinos del XIX, pero me dio pereza. Su historia no me interesó mucho y entonces al final se me ocurrió que fuera Martín Fierro, o sea su personaje, quién escribiera la historia de José Hernández en versos como los que escribió José Hernández para contar la vida de Martín Fierro.
Es un relato más o menos largo, todo escrito en verso, sextetos rimados. Va a salir ahora en mayo creo, en una edición ilustrada por un dibujante argentino muy bueno. Eso me pareció ridículamente gracioso, o graciosamente ridículo, estoy contento con ese libro.
Miguel Rep, probablemente en este momento el más conocido en Argentina. Es un muy viejo amigo mío, y hace mucho que teníamos ganas de hacer algo juntos, entonces cuando hice este poema se me ocurrió que funcionaba bien para un libro ilustrado y se lo propuse. Y, bueno, ahora estamos ahí terminándolo.
Bueno, ojalá te interese.
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